jueves, 1 de marzo de 2012

Benito Quinquela Martín

BENITO QUINQUELA MARTÍN








Manuel Chinchella, oriundo de Nervi, Italia, era un italiano de costumbres antiguas. Había llegado a la Argentina para mejorar su situación económica. Vivió un tiempo en Olavarría, luego se mudó a La Boca y trabajaba descargando carbón en el puerto.

Una tarde de trabajo se cruzó con Justina, su futura esposa, proveniente de la provincia de Corrientes de la cual se enamoró profundamente. Justina Molina tenía sangre india, venía de Gualeguaychú y era analfabeta, lo cual no le impedía atender la carbonería con perfecta eficiencia, ya que se acordaba mejor que nadie del estado de cuenta de cada uno de los clientes.

Justina no podía quedar embarazada, a pesar de que ambos deseaban un hijo. Tomaron la decisión de adoptar uno, y  el 16 de noviembre de 1897 fueron a la Casa Cuna en busca de un varón que podría ayudar en las tareas de la carbonería. En aquel entonces el pequeño Benito contaba con apenas 7 años de edad. A este pequeño que comenzaba a formar parte de la familia Quinquela lo habían abandonado a mediados del mes de marzo de 1890 en la puerta de otra institución, y como contaba con pocos días de vida lo anotaron como nacido el 1. de marzo de 1890.

En 1904 la familia se muda a la calle Magallanes, una zona donde era popular la militancia y la política parecía ser el camino para construir un futuro mejor. Nacían los sindicatos, los gremios y los centros educativos. 

Benito comenzó a trabajar en el puerto. Su tarea era subir barco por barco con una bolsa vacía, llenarla con carbón y bajarla a los diques. Se destacó por su voluntad de hierro, pese a su contextura física: era flaco, menudo y huesudo. Trabajó día a día durante 12 horas. Lo apodaron El mosquito por el contraste entre el físico y su velocidad al trabajar.




Había empezado a dibujar y a pintar inspirado en las escenas y colores que observaba en el puerto urbano, usaba técnicas intuitivas dado que ignoraba los más elementales conocimientos de dibujo, eran rudimentarios, torpes, utilizando carbón y lienzos de madera como elementos de trabajo que posteriormente eliminaba para evitar las bromas de sus compañeros.

A los 14 años de edad asistía a una escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión de la Boca, un centro cultural vecinal donde se reunían estudiantes y obreros para conversar. En la academia se enseñaba casi de todo: desde música y canto, economía hogareña y otros cursos prácticos, mientras de día trabajaba en la carbonería familiar. Su maestro fue Alfredo Lazzari, pintor, quien le dio sus primeros conocimientos técnicos sobre el arte. Como práctica le daba excursiones a la Isla Maciel los domingos a la tarde para entrenarse con el dibujo de las escenas al natural. Después del trabajo visitaba alguna biblioteca para intentar cubrir la carencia de educación formal. De toda la literatura que leyó la que más le impactó fue El arte del escritor de Auguste Rodin, gracias a la lectura de aquel libro se despertó su vocación. Según Rodin, el arte debe ser sencillo y natural para el artista, conviene más pintar el propio ambiente que quemarse las pestañas persiguiendo motivos ajenos. 

En 1909 se enfermó de tuberculosis. Sus padres lo enviaron a Córdoba para que se curase con el aire serrano. Fueron seis meses de reposo que no solo le sirvieron para curarse, ya que se relacionó con otro pintor Walter de Narvazio, exponente de la pintura romántica. 

De regreso a su hogar, y con la idea firme de convertirse en pintor, montó su propio taller en los altos de la carbonería, donde recibió la visita de Montero y la de Juan de Dios Filiberto, quien además fue modelo vivo. Más tarde además de visitantes se convirtieron en inquilinos del lugar. Esta situación, los óleos sobre el lugar, el constante paso de la gente y las discusiones hasta altas horas de la madrugada dejaron sorprendidos a sus padres, especialmente de su padre, quien no simpatizaba  de ninguna manera con la actividad del joven, ya que éste comenzaba a descuidar su trabajo en el puerto. Y aunque contaba con el apoyo de su madre, llegó el día en que, después de una fuerte discusión entre padre e hijo, éste abandonó la casa paterna para nunca regresar. De allí en adelante su vida fue muy parecida a aquella de un vagabundo.




En 1910 se presenta en una exposición, una muestra de todos los alumnos del taller de Lazzari en la Sociedad Liguar de Socorro Mutuo de La Boca. Quinquela, para quien dicha exposición era su debut en el mundo del arte presentó cinco obras: el óleo Vista de Venecia, dos dibujos realizados con pluma y dos paisajes confeccionados con témpera. 

Se anotó como profesor de dibujo en la escuela Fray Justo Santa María de Oro. En horario vespertino, los obreros adultos concurrían a completar sus estudios secundarios. Quinquela les enseñaba los secretos del dibujo ornamental, con el fin de aplicar el arte a la industria. La idea era acercar el arte a la clase obrero.

En 1921 empezó una serie de viajes por el mundo que se extendieron durante diez años. Con gran éxito en el exterior, dos de sus cuadros fueron comprados por el Museo de Arte Moderno de Madrid, y aunque se le ofreció una condecoración por ser el primer pintor argentino que figuraba en dicho Museo, él se negó por sentirse ante todo el pintor del barrio de La Boca y por no sentirse preparado, ya que se consideraba un artista del barrio carbonero.

A su regreso de Madrid comenzó a preparar su próxima exposición en la Sociedad Amigos del Arte  de Buenos Aires, exposición que fue visitada por el entonces jefe de estado, el Presidente Alvear, gran coleccionista de arte. Su nuevo amigo, el presidente Alvear, le sugirió exhibir sus obras en París, en aquel momento considerada la Meca del arte. En noviembre de 1925 el artista se embarcó en el vapor Massilia.




Le faltaba visitar Estados Unidos. Finalmente, en 1927 se embarcó hacia aquel país. A su llegada conquistó el amor de una mujer sin saber ni una sola palabra de inglés, ayudado por traductores y el lenguaje de la pintura. Georgette Blandi, una escultora viuda, apasionada del arte y poseedora de un gran poder adquisitivo. Fue su madrina artística durante la gira, se ocupó de todo lo necesario para su exposición en Nueva York, en la Anderson Gallery en marzo de 1928.


Quinquela Martín también fue un gran benefactor. Entre sus muchas donaciones a su querido barrio de La Boca podemos citar:



  • El jardín de infantes Nº 61 fue la última donación del pintor 
  • El Museo de Mascarones de Proa, murales para varias instituciones fueron donaciones menores realizadas por el artista. 
  • EL Instituto Odontológico Infantil se inauguró en 1959, brindando asistencia a unos 800 niños diariamente y aun funciona como Hospital Municipal de Odontología don Benito Quinquela Martín.
  • La última obra donada por el artista fue el Teatro de la Ribera. Actualmente es parte del Complejo Teatral Enrique Santos Discépolo.
En 1950 un grupo de vecinos entre los que se encontraba el pintor decidieron recuperar una vía de tren abandonada En 1949, a instancias de Benito Quinquela Martín, el gobierno municipal construyó allí una calle museo con el nombre que le había puesto el tango. Así nació la ahora famosa y turística calle Caminito.

El martes 28 de enero de 1977 falleció en el Instituto del Diagnóstico a causa de una complicación cardíaca. Suis restos fueron velados en su casa estudio de toda la vida y lo enterraron en un ataúd fabricado por él mismo hacia ya algunos años atrás. Sobre la madera dicho ataúd estaba pintada una escena del puerto de La Boca.





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